Cuenta una leyenda ecuatoriana que hay un demonio que vive en los barrancos cerca de los ríos. Su afición es buscar casas que hayan sido construidas en sus bordes, para tirarlas sobre las aguas del río.
Una noche, el demonio se disfrazó de un apuesto hombre, de trato encantador y rasgos atractivos que, con la intención de tumbar una casa con todos sus habitantes dentro, hechizó la familia que ahí vivía para que fueran pronto a dormir.
Hipnotizó a todos, salvo a uno, un niño que logró ocultarse debajo de una silla y huyó para pedir ayuda a un sacerdote. El cura llegó a tiempo, soltó unos rezos y salvó la casa y a toda la familia de caer al río.
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