Ojo que siempre repito lo mismo: Alberto no es la víctima. La víctima es el pueblo argentino que mira asombrado cómo se desmorona cada vez más el país y su calidad de vida personal. Tanto Cristina como Alberto son los victimarios. No me canso de repetirlo. Alberto no es inocente. Pactó con el diablo y ahora tiene que sufrir las consecuencias de su irresponsabilidad. Por eso, Sergio Berni dice que estamos ante un autogolpe de Alberto y de su gabinete, que “odia a Cristina”. Todos sabíamos cómo era y como es Cristina. Alberto mismo la calificó de psicópata. Y nadie se había atrevido a tanto.
No es la ideología. Es su personalidad. Cristina encontró en el nacional populismo chavista una excusa para justificar su carácter autoritario. Sus objetivos siempre fueron la bulimia por el poder y el dinero. Una codicia enfermiza. Y ahora hay que sumarle su desesperada búsqueda de impunidad y venganza. Siempre dividió a la gente entre esclavos y enemigos. Al que no se arrodilla, hay que castigarlo, aunque sea su propio gobierno. Está en su naturaleza. Como esa vieja fábula de la rana y el escorpión. ¿La recuerda?
El escorpión le pide a la rana que lo lleve en su lomo para poder cruzar el río. “¿Cómo sé que no me vas a picar?”, le preguntó la rana. “Porque nos ahogaríamos los dos”, le respondió. Sin embargo, en medio del río, el escorpión la picó. Mientras se hundían, la rana alcanzó a preguntarle: “¿Por qué, si los dos vamos a morir?”, y el escorpión le respondió: “Está en mi naturaleza”.
Tanto Alberto como Cristina se están hundiendo. La gran diferencia es que se llevan hasta el fondo del río a todos los argentinos, sobre todo a los más pobres.
Cristina es así. Casi no conoce otra forma de relacionarse que el hostigamiento y la persecución. Y a medida que pasan los años, esa característica peligrosa se va acentuando. De hecho, hay muchísimos dirigentes que antes eran fieles seguidores de Cristina y que hoy huyeron despavoridos al lado de Alberto. Porque están viendo el hundimiento en vivo y en directo. Casi todos integraron los gobiernos de Néstor y Cristina, pero hay algunos cristinistas emblemáticos que cambiaron de bando. Por ejemplo, Aníbal Fernández, quien calificó a la reina como “el mejor cuadro político de los últimos 50 años”, o Agustín Rossi, Daniel Filmus, Luis D’Elía, Ricardo Forster, la propia Gabriela Cerruti, y siguen las firmas. Hay una verdad no escrita en el peronismo que dice: yo te acompaño hasta la puerta del cementerio, pero no me entierro con vos.
Aníbal Fernández no es santo de mi devoción. Todo lo contrario. Fue una pieza clave de la decadencia del peronismo cristinista. Pero esta vez tiene razón en lo que dijo: “No sé si la intención es bajar al Presidente. Ojalá que no, porque si no, todo termina como el carajo”.
Eso dijo Aníbal y tiene razón. Todo se va al carajo. Y agregó: “La Argentina entraría en un callejón sin salida, en el cual no quisiera verla nunca más”. Finalmente, casi rogó que no le faltaran el respeto al Presidente, que no le pongan palos en la rueda y dijo que no lo van a apretar diciendo estupideces.
El senador Martín Lousteau utilizó un lenguaje inhabitual: “Cristina le desorganizó la vida a los argentinos, por no decir… la emputece”.
Como si este mamarracho fuera poco, la semana que viene, Cristina será presidenta por cuatro días porque Alberto viaja a Europa. Se espera que este viernes, en su discurso, dinamite los pocos contactos que quedan entre ambos. En Chaco, recibirá una distinción de manos de un rector universitario que está investigado por lavado de dinero. Eso se llama coherencia.
Como bien dice Carlos Pagni, Larroque prendió el ventilador como una forma de pedirle la renuncia al Presidente. Es un emplazamiento golpista. Una insurrección contra las leyes de la República. Y Cristina le dio marco teórico a ese bombardeo cuando habló de la banda y el bastón que no dan el poder y que el poder se legitima si se gobierna bien. Está claro que, para ella, Alberto está gobernando muy mal. Lo grave es que si gobernara Cristina estaríamos mucho peor y con atropellos contra la propiedad privada y la libertad.
Cristina siempre va por todo y para siempre. Quiere controlar todo. Lo que controla, lo reduce a la servidumbre y lo que no puede controlar, lo destruye. Por ahora, nada ni nadie la puede frenar en su loca carrera hacia el abismo institucional. Que Dios y la Patria se lo demanden. (Diario LA NACION) — Alfredo Leuco