La línea A de subterráneos de la Ciudad de Buenos Aires fue pionera en Latinoamérica. Cuenta la leyenda que entre 1910 y 1913, cuando se construyó, dos obreros italianos fallecieron por la caída de una viga, en una estación intermedia entre las actuales Pasco y Alberdi. El caso quedó sin resolver y esa estación nunca se construyó. Muchos pasajeros de la línea relatan que, de noche, las luces de las formaciones se apagan precisamente en ese tramo y que, al costado de los vagones, es posible ver los cuerpos sin vida de los trabajadores, como si sus almas hubieran quedado atrapadas en ese lugar.
Pero no sólo hay apariciones misteriosas en la línea A: la B también tiene sus historias. La estación Lacroze fue construida sobre los terrenos que pertenecían al antiguo cementerio. Durante la construcción, varias tumbas fueron desplazadas. Muchos operarios de la estación cuentan que, en la estación de cámaras de control, los monitores durante la noche reflejan las imágenes de figuras humanas translúcidas que parecen esperar el subte y que, al percibir la intromisión de las lentes, miran fijamente hacia ellas como desafiando a sus invasores