Los votos se cuentan uno por uno. E incluso en una vocación dialoguista inédita, el gobierno está dispuesto a modificar el acuerdo con el FMI, texto tan intocable como las Escrituras, como parte de la negociación para conseguir los apoyos opositores. La tarea es desgastante, porque habría que negociar más con los propios que con los ajenos. Sin embargo, y en verdad, la mayor traba para el acuerdo, la imperiosa necesidad de cambios en los duros parámetros del muy duro ajuste que se avecina, llega desde el exterior.
Pero parece que nadie lo está notando.
La invasión de Rusia a Ucrania desbalanceó de manera inédita el equilibrio en los mercados de gran cantidad de productos. Esencialmente energía y alimentos y luego, en días, la avalancha llegó al resto de las commodities. Todos los días en las ediciones de Clarín, el lector puede encontrar las idas (subas, en honor a la verdad) del precio del petróleo, gas, metales (ahora también muy demandados por la industria bélica) y alimentos básicos, como el trigo, maíz, carne, huevos, carne vacuna y porcina. Todo. Todo sube. Y en medio de un proceso inflacionario global (como aclaramos siempre, por debajo del 10%, unos tres meses locales), los precios y sobre todo la necesidad de garantizar fuentes de aprovisionamiento, disparan los valores. Al infinito y más allá. El litio, la gran esperanza blanca del Norte argentino, pasó de US$3.000 a US$70.000 por tonelada debido a la invasión. Y todavía no dejó de subir. El níquel, metal imprescindible en la producción bélica subió 250% en un día.
En este lejano espacio del mundo, en tanto, el Banco Central decidió dejar de acuñar esas monedas que pocos usan porque cuestan más de lo que valen ¿se entiende? Y España le pidió permiso a la Unión Europea para importar maíz argentino, les resulta más barato que el francés, para compensar el faltante de las áreas en guerra. Adivine lector que podría pasar con el precio del cereal, insumo básico de la industria aceitera y alimento primordial de gallinas y cerdos, entre otros usos. ¿Será posible bajar la inflación?
Es verdad que el aumento de los commodities puede beneficiar a la Argentina por el mayor ingreso de divisas y la suba en la recaudación impositiva. Pero la incógnita es saber qué pasará con las importaciones. Sobre todo, aunque no exclusivamente, de energía
En este contexto muchos, sino todos, los parámetros del acuerdo con el FMI merecerían aunque sea una revisión de última hora. Por la simple razón que no podrían cumplirse. Por eso, el ministro Martín Guzmán saraseó un poco el tema del aumento de tarifas. Nadie, honestamente, sabe de cuánto será el aumento y, sobre todo, a cuántos argentinos les llegará. Un anticipo: será mayor a lo esperado y deberán pagarlos muchos más.
Para curiosos: hay que fijarse en la distribución del ingreso del INDeC de fines de 2021. Allí se define como dócil más alto, el de mayores ingresos, a quienes ganan más de $100.000 al mes (por ejemplo, todos, pero todos los bancarios y la gran mayoría de los camioneros). Estas personas, entre otras, pagarán tarifa plena, sin subsidios.
Esto en un momento en el cual la factura de gas, solo de gas, que paga el país aumentará de poco más de los US$1.000 millones de 2021 a no menos de US$6.000/7.000 millones y el petróleo no se frena en US$140 el barril. Otra cuenta para curiosos: si el año pasado los subsidios energéticos llegaron a los US$10.000, ¿a cuánto llegaría este año? Y una duda: ¿quiénes y cuándo tendrán cortes por falta de suministro?
Esta carestía generalizada no abarca sólo a los 12.000 argentinos que pagaron el impuesto a la riqueza. Cuentas similares, es decir, algo tan sencillo como cruzar ingresos con aumentos ya anunciados, se pueden hacer para otros segmentos de la sociedad. Y los números preocupan porque alcanzan a personas con salarios por debajo de la línea de pobreza. Y parece que nadie se dio cuenta todavía. Basta pensar en jubilados por encima de la mínima, que no pagan la tarifa social. Nuevamente, parece complicado que algunas medidas monetarias algo desflecadas puedan bajar la inflación, el mejor instrumento para combatir el gasto que tendrá a mano el gobierno.
No es mala onda. Pero el acuerdo no parece considerar nada de esto y lo que puede suceder que afectará sin dudas las cuentas públicas (y la política) argentinas. De haberse firmado hace tres meses se podría haber aplicado el criterio del “efecto imprevisto” ya que una guerra no sucede todos los días, pero no. Todavía hay que negociar voto a voto, algo que quizás pierda consistencia en poco tiempo.
Pero la coyuntura no parece ser el único gran problema de la economía argentina.
La cuestión de fondo, que parece diluirse en el maquillaje del día a día, es que, aunque la Argentina firme el mejor acuerdo de la historia con el FMI, la deuda se mantiene. Parece chiste, pero existe un pseudo metaverso, una especie de imagen dionisíaca, de que el acuerdo disipa la deuda. No es así.
Es más, en realidad se duda de la posibilidad de la Argentina de pagar la deuda, con o sin acuerdo, en el futuro cercano. Veamos, el 2024 viene fácil, US$5.000 millones entre capital e intereses; un año más tarde, ya son US$9.000 millones y en 2026 se llega a los US$10.000 millones, dólar más o menos. Y dejamos aquí para no seguir amargando al próximo gobierno. Esto es en dólares. En pesos, es mayor, más de US$110.000 millones, pero siempre se puede licuar la moneda nacional. El acuerdo que se discute prevé el incremento de la deuda en pesos como mecanismo de financiamiento del gasto público y limita la emisión al 1% del PBI. ¿Se cumplirá?
Escribe: Oscar Martínez (Clarín Bolsillo)