Martín Guzmán, ministro de Economía, está en Washington para participar de la Asamblea conjunta FMI-Banco Mundial. De paso, comenzará los trámites para negociar los términos de la cercana primera revisión de los números del acuerdo que la Argentina firmó con el Fondo Monetario. El ánimo general, en ambas orillas del examen, es que tiene “un 4 asegurado”, básicamente porque la economía global no está como para sutilezas. La nota podría ir subiendo de obtenerse algunos de los puntos centrales para el organismo financiero. Ya sea una baja, aunque sea decimal del déficit y menores subsidios a la energía (tarifas más altas).
Lo que sí le puede bajar la nota a Guzmán es la inflación. La directora gerente del Fondo, Kristalina Georgieva, en la inauguración del evento advirtió sobre “el gran riesgo” de inflación en Argentina y dijo que el máximo desafío ahora es “la implementación del programa” que será revisado “muy pronto”.
Respecto de la Argentina, Georgieva sostuvo que “tenemos (con el gobierno argentino) un objetivo en común y que es tener un programa que se pueda implementar exitosamente y ayude a los argentinos. De manera que el desafío en los próximos días es la implementación”. Y agregó que “la implementación debe ser recalibrada para reflejar los cambios en la economía global. En el caso de Argentina, algunos cambios son positivos porque Argentina es un exportador de materias primas”. Sin embargo, aclaró luego que “el gran riesgo es la inflación, que está incrementándose también por factores exógenos” y dijo que “se prestará mucha atención también en cómo traer a la inflación al punto de que la gente en Argentina confíe en que sus ahorros pueden ser en su moneda”. Una de cal y otra arena, por decir algo.
Guzmán llega a la mesa de negociaciones con una inflación del 6,7% en marzo y con temas pendientes, como la suba de tarifas de la energía para poder reducir el monto de los subsidios. En este sentido, hay que decirlo, la guerra está jugando una mala pasada porque solamente la factura de gas pasará de poco más de US$1.000 millones en 2021 a unos US$6.000 millones este año. Por ahora, claro. Como otra ayudita adicional, el FMI calculó que la inflación anual será del 48% en 2022, a pesar de que para la mayoría de los economistas locales no bajará del 60%. Y, como otro mimo inesperado, elevó el pronóstico de crecimiento económico del 4%, por encima de la región.
Pero Georgieva no habló solo de la inflación en la Argentina. Sostuvo que la aceleración de la inflación, que se ha convertido en “un peligro claro y presente para muchos países” ya que el aumento de los precios de los alimentos y el combustible “está presionando los presupuestos de las familias hasta el punto de ruptura”. Punto para Guzmán.
Es verdad que la suba de precios se convirtió en una plaga. En Estados Unidos, la suba de precios anualizada llegó al 8,5%, la mayor en 40 años; en Gran Bretaña, es del 7% (siempre anualizada) y en la Zona Euro, llegó a 7,5% anual, la más alta desde que existe la moneda común. En Rusia, país en guerra, es del 17,4% anualizada. Según el FMI, en el 58% de los países más desarrollados, la inflación supera el 5% anual. En la Argentina, anualizar la inflación por los aumentos ya sufridos, nos lleva a un 81% para 2022. Guzmán miró por la ventana.
Y a continuación sostuvo que hay tres formas de controlar la inflación: “primero, ajustar la política monetaria de los bancos centrales; segundo, ante el creciente riesgo alimentario, se necesita una acción global; y, tercero, ante el crecimiento de la deuda por el aumento de las tasas de los bancos centrales, los gobiernos necesitan medidas para reforzar sus balances fiscales con medidas tributarias más equilibradas”, explicó. Punto para el FMI.
El gran problema de Guzmán y de todo el equipo económico, en verdad, es que no tienen ninguna estrategia contra la inflación. El mejor ejemplo es el excelente informe especial “El señor de las canastas. Cuantas batallas ganó Feletti contra la inflación”, escrito por Damial Kantor y publicado en la web de Clarín. Sin ánimo de espolear uno puede anticipar el final de la guerra que anunció Alberto Fernández de mantenerse la misma estrategia.
Y en este punto comienza la cuadratura del círculo: no solamente no parece haber ningún plan concreto contra la inflación, sino que varias de las medidas que pide el FMI son como infladores para los precios. Sin exagerar. El Banco Central subió las tasas tres veces en el año porque el organismo pide tasas de interés reales y positivas. En otro país encarecer el costo del dinero resulta efectivo para enfriar los precios, pero no sirve en la Argentina. Y, además, tiene un efecto recesivo más marcado que en otras geografías.
El Fondo pide limitar la emisión monetaria al 1% del PBI (fue 3,7% en 2021). Ese instrumento puede ser útil, pero, en el siguiente párrafo, solicita que la Argentina financie su déficit con deuda pública en pesos. Una deuda que ya está constituida casi en un 50% por bonos indexados por la inflación. Así que a medida que suben los precios también lo hace la deuda pública.
El problema, en el caso local, no es la emisión en sí misma, sino que los argentinos no quieren los pesos. Todos los países de mundo financiaron gran parte de la pelea contra la pandemia con emisión, y la inflación promedio hasta el 24 de febrero (cuando Rusia invadió Ucrania) no llegaba al 5% anual. Por esto la jefa del Fondo dice, de manera casi tautológica, que hay que bajar la inflación para que los argentinos ahorren en pesos.
Martín Guzmán, ya cumplió su tarea más dura: reestructuró la deuda con los bonistas privados y con el FMI. Ahora empieza lo más difícil: los exámenes trimestrales del Fondo.
Por Oscar Martínez (Clarín Bolsillo)