La semana pasada anticipamos, de pura experiencia nomás, en qué podría acabar la batalla contra la inflación que desató el gobierno argentino (“Inflación, anticipo de nuevas derrotas”). Citar a Einstein y la locura (es una de las frases más lúcidas de la historia) es casi una falta de respeto a los lectores. Aunque el gobierno insista con fórmulas ya fracasadas, a veces genera algo parecido a la ternura.
Una sola acotación: si sobre casi los 200 países de la Tierra, apenas un puñado tiene inflación de dos dígitos, ¿no se podría aprender algo de la mayoría? Pero en la Argentina esto suena a lo más parecido a preguntar si hay vida después de la muerte, si existen los extraterrestres o creer que la virtual fractura de la trifecta gobernante no afecte, en una medida por ahora difusa, el lábil equilibrio macroeconómico local.
Así que vayamos a las efectividades conducentes, como dijo alguien muy conocido. Y lo haremos con la menor cantidad de cifras, apenas apelando a algunos datos y al razonamiento, cosa de no marearnos.
El gobierno hizo una carambola a dos bandas y resolvió tres frentes muy graves con un sólo tacazo: acuerdo con el FMI, nueva bicicleta al Club de París y dólares en las reservas por el nuevo giro del Fondo. Pero esto no le garantiza la partida, ya que el tema de la inflación y los precios amenaza la precaria estabilidad macro lograda gracias al acuerdo con el organismo que dirige Kristalina Georgieva.
Sin embargo, con levantar un poco la mirada de la repetida coyuntura, al gobierno se le abren varios frentes complicados, que un taco y buena tiza no le resolverán. Uno de ellos es el frente financiero y fiscal. Por el acuerdo con el Fondo, la emisión solo podría cubrir el 1% del déficit primario de este año. El resto debería llegar de la mano de una mejora en la administración tributaria (o sea, recaudar más y mejor), de nuevos impuestos (el aumento de las retenciones podría ser apenas un comienzo) y de la emisión de más deuda en pesos el mercado local.
El límite del déficit para este año es del 2,5%, por lo tanto, el gobierno debería conseguir otros 1,5 puntos en el mercado financiero. Puede lograr ahorros a través de menores gastos por la pandemia e incluso por una rebaja en los subsidios a la energía, consecuencia de subas en las tarifas. Por eso no podría decirse con seguridad el monto definitivo de la deuda a emitir.
Tampoco de la tasa de interés que el gobierno debería pagar. No puede adivinarse el nivel de tasas que el Banco Central aplicará, digamos, en 30 o 60 días ya que dependerá de los precios. Se sabe que el FMI pide tasas reales positivas, o sea al menos un punto por encima de la inflación. Por ahora estamos en el 44,5% anual (TEA), el tercer aumento del año. En números sencillos un plazo fijo sencillo tendrá un piso del 43,5% nominal y del 53,3% real. Así y todo, será una tasa negativa frente a la inflación esperada que no bajaría del 60% anual. Entiendo la confusión, en otros términos: la tasa seguirá subiendo como un remedio contra la inflación efectos secundarios.
El primero de estos efectos secundarios es el encarecimiento del crédito, el verdadero corazón del capitalismo. Tanto para empresas como para individuos. Y esto significa menos inversión (quizás algo de efectivo para gastos o descubiertos en cuenta corriente más caros mes a mes) y menor consumo de las familias por la suba en el costo de la financiación. Como daño colateral, si vale la metáfora bélica, se debería notar una masiva presencia oficial en el mercado crediticio que, junto a aquella emisión acotada, limitará aún más la disponibilidad de dinero para el sector privado. Menos fondos y más caros no parece ser la mejor fórmula para mejorar el nivel de actividad económica. Esto sin contar, claro, el efecto en la producción y el consumo de los ajustes en las tarifas y otros precios regulados.
Peor que el nivel de actividad es el panorama sobre el empleo, el otro gran efecto secundario de la inflación y de los planes para controlarla. Es difícil calcular cuánto necesita crecer la economía para mejorar el nivel de empleo. Algunos cálculos hablan de que, si el PBI sube 1 punto, el empleo privado, registrado y de calidad lo hará en poco más de dos puntos. Pero en la Argentina no es sencillo saberlo. De hecho, el 10% de crecimiento económico de 2021 apenas se reflejó en el empleo debido, entre otras causas, a la prohibición de despidos en la pandemia. No se cuestiona la medida, al contrario, simplemente se consigna su efecto a la hora de calcular un dato tan relevante.
En síntesis, la inflación y el acuerdo con el FMI significan crédito escaso y más caro, menor nivel de actividad y pocas expectativas de generación de puestos de trabajo. No se califica al acuerdo -aunque en términos reales se conoce muy poco del contenido real- sino que se deducen algunos de sus efectos.
Es más, la economía argentina está hoy mejor parada que hace un mes para comenzar a resolver los severos desequilibrios macroeconómicos que padece. Los problemas, los verdaderos problemas comenzarán en junio, con la primera revisión del FMI y sobre todo a partir de 2024, cuando comiencen los pagos de la deuda refinanciada.
ESCRIBE: Oscar Martínez (Clarín Bolsillo)