Cuenta la leyenda que, durante el reinado del Inca Atahualpa, vivía en el templo del Sol, en la isla de Titicaca, un viejo sabio y adivino sacerdote llamado Khana Chuyma. Por aquella época llegaron a la actual Bolivia los conquistadores españoles que, en búsqueda de oro, profanaron templos y sometieron a los indígenas en algunas regiones.
Con el objetivo de impedir que el oro sagrado del Sol cayera en manos de los invasores, Khana Chuyma lo escondió en un lugar a orillas del lago y, diariamente, subía a una atalaya para ver si se acercaban los ejércitos de Pizarro. Fue eso lo que ocurrió un día, viéndolos venir a lo lejos y, sin perder ni un segundo, el sacerdote arrojó todo el tesoro a lo más profundo de las aguas.
Cuando llegaron los conquistadores y se enteraron de que el sacerdote había ocultado el tesoro, le prendieron fuego para forzarle a confesar el paradero de tan valioso botín, pero Khana Chuyma soportó estoicamente el tormento y, como un verdadero santo andino, no soltó palabra alguna para proteger la valiosa ofrenda para los dioses.
Cansados de torturarle, sus verdugos se rindieron y lo dejaron moribundo en un campo al ver que no servía de nada continuar el sufrimiento puesto que no iba a confesar. En medio de su dolorosa agonía, el sacerdote tuvo una visión esa misma noche: el Dios Sol Inti se le apareció, resplandeciendo detrás de una montaña y le dijo:
Hijo mío, tu heroico sacrificio para salvar las ofrendas sagradas merece ser recompensado. Pídeme lo que quieras, lo que más te guste, pues sea lo que sea que desees se te será concedido.
Khana Chuyma contestó:
Oh, Dios amado, ¿qué otra cosa puedo pedirte en esta hora de duelo y derrota sino la redención de mi raza y la expulsión de los invasores?
El Sol le respondió:
Siento decirte que lo que tú me pides es ya imposible. De nada vale ya mi poder contra los intrusos. Su dios me ha vencido y yo también debo huir para esconderme en el misterio del tiempo. Pero antes quiero concederte algo que esté dentro de mis facultades.
El sacerdote dijo:
Si ya es imposible devolver la libertad a mi pueblo, padre mío, al irnos te pido algo que lo ayude a soportar la esclavitud y las penurias que le esperan. No oro, ni riqueza pues sé que el invasor se lo arrebatará lleno de codicia. Te pido un consuelo secreto que dé a los míos la fuerza de sobrellevar los trabajos y humillaciones que nos impondrán los conquistadores.
El dios Inti concedió tan noble y generoso deseo del sacerdote contestándole:
Te lo concedo. Mira a tu alrededor. ¿Ves esas plantas de verdes y ovaladas hojas que acaban de brotar? Di a los tuyos que las cultiven, con sumo cuidado, y que sin lastimar sus tallos arranquen las hojas, que las sequen y las mastiquen después. Su jugo es el bálsamo de los sufrimientos que están por venir.
El dios le dijo a Khana Chuyma que esa hoja era el remedio para aliviar el hambre y el frío, las durezas del camino, las humillaciones del destino. Le dijo que sería la planta de la coca la que les ayudaría a sobrevivir tan amargos tiempos, y que lanzando un puñado de sus hojas al azar se les revelarían los misterios del destino.
Estas hojas estaban reservadas para los indígenas para traerles salud, fuerza y vida, y quedaban totalmente prohibidas para los conquistadores. Si un invasor trataba de morder la hoja, en su boca se sentiría con tal amargor, de sabor repugnante y pervertido que lo único que conseguiría con ella serían vicios, dolor y sufrimiento. La planta de la coca es la planta sagrada de los pueblos indígenas de Bolivia, aquellos que sobrevivieron a la conquista.