Dice la leyenda que hace muchos siglos, cuando el dominio de los árabes se había expandido por todo el Norte de África y había invadido la mayor parte de la Península Ibérica, un grupo de cristianos emboscaron al séquito de una princesa mora que intentaba cruzar los Pirineos. Siendo la princesa la única superviviente del ataque, intentó escapar de los enemigos afanándose por subir montaña arriba, intentando aprovechar la vegetación para camuflarse a medida que avanzaba.
La princesa estaba desesperada por huir, y por eso apenas se atrevía a erguirse por miedo a quedar expuesta y visible a los ojos de los cristianos; quizás por eso, cuando llegó a un lago formado por agua de glaciar que se había ido acumulando en la intersección entre varios picos, tan solo se dio cuenta de dónde estaba cuando ya era demasiado tarde. El agua casi helada fue paralizándola y le fue imposible salir del lago, de modo que quedó atrapada bajo su superficie para siempre.
Se dice que si hoy en día una persona de corazón puro va a la Balsa de la Mora (actualmente conocido también como Ibón de Plan) y se lava la cara en sus aguas en la noche de San Juan, verá a la princesa bailando sobre el lago, rodeada de serpientes de varios colores.