Dice una antigua leyenda que, antes de que existiese el sol y la luna, en la tierra reinaba la oscuridad. Para crear a estos dos astros que hoy iluminan el planeta, los dioses se reunieron en Teotihuacán, ciudad situada en el cielo. Como un reflejo, se encontraba en la tierra la ciudad mexicana del mismo nombre.
En la ciudad, encendieron una hoguera sagrada y, sobre ella, debía saltar aquel poderoso que quisiera convertirse en sol. Al evento, se presentaron dos candidatos. El primero, Tecciztécatl, destacaba por ser grande, fuerte y, además, poseía grandes riquezas. El segundo, Nanahuatzin, era pobre y de aspecto desmejorado.
En el momento en que debían saltar la hoguera, Tecciztécatl no se atrevió a saltarla y salió corriendo; Nanhuatzin, lleno de valor, se arrojó a la hoguera. Al ver esto, los dioses decidieron convertirlo en sol.
Tecciztécatl, arrepentido y avergonzado, también saltó la hoguera. En ese momento, en el cielo apareció un segundo sol. Los dioses, tomaron la determinación de apagar a Tecciztécatl, ya que no podía haber dos soles, entonces se convirtió en luna. Como recuerdo de su cobardía, las deidades arrojaron un conejo a la luna. Desde entonces, puede verse este conejo reflejado durante los días de luna llena.