Entré a casa después de un largo día de trabajo. Mi madre, sentada en su sillón favorito, me recibió con una sonrisa cansada.
—Hola, mamá, ¿cómo te fue hoy?
—Hola, hijo. Todo bien, solo un poco sola. ¿Cómo estuvo tu día?
—Muy ocupado, como siempre. Oye, ¿has hablado con Marta hoy?
—No, hace días que no me llama. Sé que está ocupada con su trabajo y sus hijos.
—Entiendo. Mamá, ¿te gustaría que la llame para que venga a visitarte?
—No quiero ser una molestia. Sé que tiene su propia vida.
—No es molestia, mamá. Todos necesitamos a nuestra familia cerca.
Tomé el teléfono y llamé a mi hermana. Marta contestó rápidamente.
—Hola, Marta. Mamá dice que hace días que no hablas con ella. ¿Podrías venir a visitarla esta semana?
—Lo siento, hermano. He estado muy ocupada. Pero tienes razón, iré mañana a verla.
La semana siguiente, Marta llegó con sus hijos. La casa se llenó de risas y conversaciones, y mi madre se veía más feliz que en mucho tiempo.
—Gracias, hijo, por recordarle a tu hermana que venga. Me hizo mucho bien verlos a todos.
—De nada, mamá. Es importante que estemos juntos, especialmente ahora.
Unos meses después, mi madre falleció en paz, rodeada de su familia. Nos dejó con muchos recuerdos felices y la enseñanza de que nunca debemos olvidar a nuestros seres queridos.
Reflexión
Esta historia nos recuerda la importancia de mantener el contacto con nuestros padres y abuelos, especialmente cuando envejecen y pueden sentirse solos. A menudo, en el ajetreo de la vida diaria, olvidamos lo significativo que puede ser una simple llamada o una visita. Nunca subestimes el valor de estos pequeños gestos, porque son los que verdaderamente llenan de amor y alegría los corazones de nuestros seres queridos.
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