Según la mitología guaraní, el lobisón -o lobizón- es el séptimo y último hijo de Tau y Kerana. Sobre él cayó una maldición que pesaba sobre sus padres. En las noches de luna llena se transforma en un animal, mezcla de perro muy grande y de hombre.
En la transformación, el maldecido comienza sintiéndose un poco mal. Luego, presintiendo lo que vendrá, busca un lugar apartado, como la parte frondosa del monte. Allí se tira al suelo y rueda tres veces de izquierda a derecha, diciendo un credo al revés.
El hombre-lobisón se levanta con la forma de un perro inmenso, de color oscuro, ojos rojos como dos brasas encendidas y patas muy grandes. Aunque otras veces, también tienen forma de pezuñas y despide un olor fétido. Luego se levanta para vagar hasta que caiga el día.
Se alimenta de las heces de gallinas, cadáveres desenterrados de tumbas y, a veces, come algún bebé recién nacido que no haya sido bautizado. El lobizón es reconocido porque son hombres flacos y enfermizos, y cae enfermo del estómago los días después de su transformación.
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