La primera biografía del General Güemes fue escrita por su cuñado, Manuel Puch, en 1847, en Lima, Perú. Con respecto a los últimos días de Güemes, Manuel Puch expresa: Al regreso del general Güemes de Santiago del Estero (nota del autor del Güemes Documentado: Tucumán, debió decirse), encontró que algunas chispas del incendio que devoraba las provincias del centro, habían penetrado en Salta; pero su presencia sola disipó como por encanto las pequeñas nubes conque cuatro hombres infatuados pretendían eclipsar la pura atmósfera de ese pueblo de héroes en que por tanto tiempo giraba sin oposición alguna la brillante estrella del general Güemes.
Los españoles que estaban encima y en continuo acecho de su terrible rival, no perdieron, por cierto, tan favorable ocasión de atacarlo, preparando al efecto un asalto con el total de sus fuerzas, y destacando una avanzada de 400 hombres al mando inmediato del coronel español Valdez (alias el Barbarucho) de funesta celebridad.
El 7 de junio de 1821, a las doce de la noche, estando el general Güemes en casa de su familia en la capital, sin más fuerza que 25 hombres de su escolta, fueron tomadas de improviso las cuatro esquinas de la plaza mayor (donde él se hallaba) apostándose cien hombres en cada una a las órdenes de Barbarucho. A la voz de enemigo, saltó el general Güemes en su veloz caballo, no habiendo querido escapar solo por la espalda de la casa (la puerta falsa, que daba al campo, aclara el autor del Güemes Documentado, por la que salió Zacarías Yanci, según confesó en 1883), y seguido de su valiente grupo, cargó sobre una de las columnas que le cerraban el paso. Un granizo de balas lo rechazó perdiendo casi toda su escolta, pero él felizmente no fue herido. Solo ya y acribillado por el fuego enemigo que
de todas direcciones recibía en el recinto de la plaza, hizo un grande esfuerzo (el que hacen siempre las almas grandes en los grandes conflictos) y partiendo como el rayo con la espada en la mano, atropelló con la rabia del tigre acorralado sobre una maza erizada de bayonetas que guardaba otro ángulo de la plaza: no hiende la flecha disparada por el arco tenso con más presteza los aires, que intrépido Güemes atravesó banda a banda la columna enemiga… abismados los españoles, se quedaron contemplando tanto valor y mirando con respeto, a lo lejos, al hijo predilecto de la victoria.
Pero el general Güemes llevaba la muerte en su seno; una de las mil balas que destrozaron sus vestidos, su gorra y hasta los tiros de su espada, había atravesado su cuerpo, regando en sangre la senda gloriosa que seguía.
Al amanecer llegó a la choza de unas aldeanas; allí fue socorrido con algún alimento que imperiosamente demandaba su situación exánime: pronto continuó su marcha en busca de su división, y después de encargar el mando de ella a su segundo, el valiente coronel don Jorge Enrique Vidt, se retiró a un bosque inmediato, para morir allí como había vivido, en los brazos de esos heroicos hijos de la naturaleza.
Manuel Puch expresó que la Biografía del general don Martín Güemes se funda en recuerdos personales y en una carta de Pueyrredón al héroe, única documentación que entonces poseía. (Boletín Güemesiano)