Para que una mujer no se muera,
hay que vivir en primavera con ella.
Que las palabras sean fuentes,
embebiendo las lágrimas,
agua para los caminantes,
reposo para el ensueño.
Para que una mujer no se muera,
hay que tender un mantel,
con cerezas y panes.
Colocar hiedras para coronar la belleza,
como fragantes laureles,
con pequeños ramilletes en las sienes.
Para que una mujer no se muera,
hay que armar un pórtico con serpentina de besos,
que los jardines apuren sus tapices,
que el césped sea sábana,
y el hueco del árbol más amplio:
cama y abrazo,
paraguas para el refugio,
ventana para otros mundos.
Para que una mujer no se muera,
(no importan los años ni las dolencias),
es imprescindible verla toda por dentro,
lavar con lluvia su cuerpo,
que el agua ruede hasta sus plantas.
esparcir flores únicas,
racimos,
perdonar sus defectos,
Y, amorosamente, sobre los dedos,
deslizar yemas de terciopelo.
Lelia L. Cuatrini
Taller Literario “Almafuerte”