En la fuerza opositora no logran medir con exactitud el daño real que tendrán las denuncias por los hechos violentos del ex presidente. Furia interna, decepción y sorpresa por las fotos reveladoras
Un ex funcionario que fue parte del entorno de Alberto Fernández durante la gestión atraviesa una etapa de furia y decepción que le provoca una confusión de sensaciones y sentimientos. “La degradación es total”, dice mientras mira en su teléfono las fotos de Fabiola Yáñez con el ojo morado. “Esto es el fondo del mar más absoluto”, se dice a sí mismo, incrédulo ante el escándalo y la desaparición instantánea del poco prestigio que le quedaba al ex presidente.
de Fabiola Yañez
“Me da verguenza haberlo apoyado. El peronismo no tiene dimensión real del daño que nos genera esto”, asegura un dirigente que militó su candidatura y promocionó la fractura con el kirchnerismo que nunca llegó. Lo dice mientras repasa, una y otra vez, el video en el que el ex mandatario coquetea con Tamara Pettinato en su oficina. Vuelve a hablar. “El nivel de locura e irresponsabilidad es total”, sostiene.
Otro ex funcionario, que tenía trato frecuente con Fernández, asume que la desprolijidad del ex mandatario respecto a la visita de mujeres en su despacho – sin argumento alguno más que la diversión – era un secreto a voces. Lo sabían y lo omitían. Era un tema que atravesaba los despachos de la Casa Rosada, rumores de pasillos que ganaban credibilidad con el paso del tiempo. “Con los golpes pasó un límite. Jamás hubiese trabajado en su gobierno si hubiese sabido esto”, señala, sin poder creer aún la dimensión del estallido político, ante un río de información que viaja por los celulares de todo el peronismo.
“Su honestidad y su voluntad de consenso parecían ser las dos cualidades rescatables. Ya no hay nada para reivindicar de su personalidad. Y lo bueno que tuvo el gobierno, quedará opacado por el escándalo. Todo estará unido a él y a lo que hizo”, sostuvo un ex ministro de la gestión del Frente de Todos. Decepción. Esa es la palabra. Decepción absoluta. Y enojo. Y furia. Y la convicción absoluta de que Fernández no podrá caminar tranquilo por la calle. Sensaciones que emergen de las personas que fueron parte del gobierno que pasó.
Alberto Fernández quedó desterrado del sistema político nacional. En eso coinciden todos. Lo castigaron públicamente desde Cristina Kirchner hasta Luis D’Elía. Lo enterraron como él con sus comportamientos enterró al peronismo en una nueva crisis. Una crisis que está atada al rol que cumplía, a lo que hizo durante los años de gobierno y, finalmente, a la violencia que presuntamente ejerció sobre su ex esposa. Una crisis con un principio claro y con un final difuso.
El peronismo en su conjunto se enfrenta a una nueva crisis de representatividad. A un estallido político interno generado por la actitud de un dirigente político de renombre. Como sucedió, en plena campaña electoral, con la aparición de fotos y videos del ex intendente de Lomas de Zamora Martín Insaurralde, navegando en un yate de lujo en Marbella junto a una modelo. Esta vez en las fotos no había champagne de primer nivel. Ojo morado, brazo morado, retratos del horror.
En ese momento de Insaurralde como protagonista de la historia sombría, fue la obscenidad del poder y el despilfarro de dinero en un país con más del 50% de pobres. Ahora, con Fernández como actor principal de la historia, es la violencia física sobre una mujer y la desintegración de la estatura moral de un presidente, el vértice del sistema institucional y político de un país con un sistema democrático. Esa factura llegará para todo el peronismo más temprano que tarde. La hará llegar la gente. El ciudadano común. Lo saben todos. Lo lamentan todos.
“Así como nos acusaron de chorros a todos por los bolsos de López, ahora nos tratarán de golpeadores y violentos a todos, por el escándalo de Alberto. Tendremos que explicar y revalorizar el rol del feminismo. Lo que se hizo bien no se lo puede llevar puesto el comportamiento de Alberto”, reflexionó un importante ex ministro del gabinete peronista.
El temor de la dirigencia política es el castigo de la gente. La represalia por la inmoralidad y por la violencia, por la bestialidad y la falta de respeto. Aunque solo haya sido uno el que le pegó a su mujer. Aunque sea una imprudencia meter a todos en la misma bolsa. Pero ese apuntado era el Presidente. El que ocupaba el asiento principal de la Casa Rosada. No era un funcionario más.
De aquí en adelante gran parte de la dirigencia está convencida que enfrentará un momento muy difícil. Un camino cuesta arriba. El gobierno de Milei ha renovado los argumentos para confrontar con el peronismo y aprovechará, muy probablemente, la indignación que hay en la gente para plantear las diferencias entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que dejó el gobierno de Fernández y lo que propone el gobierno libertario. El presente quedará desdibujado de acuerdo a las necesidades y las conveniencias del relato político. Es un escenario probable.
Si el peronismo tenía la necesidad de una renovación profunda y exhaustiva, después del escándalo de Fernández esa necesidad es diez veces más grande y urgente. En la fuerza política suelen decir que hay que volver a enamorar y a conquistar. Hoy parece una tarea extremadamente díficil. Casi imposible. Sobre todo, porque no hay una estrategia conjunta. Está lleno de satélites que intentan sobrevivir a la inconsistencia del proyecto político que dejó el poder hace poco más de medio año.
La crisis que generó la publicación de los chats y las fotos de Yáñez constituyó un punto de unidad discursivo. Como no había sucedido nunca antes desde que comenzó el gobierno de Milei. Todos en contra de Alberto Fernández. Todos condenando la violencia de género ejercida sobre su ex mujer. Todos reprochándole al aire su inmoralidad para ponerse el saco de presidente y honrarlo sin excesos.
“Se tocó fondo en términos de moral, se sale con una cruzada ética”, sentenció un dirigente kirchnerista con largo recorrido. Quizás esa definición sirva para englobar el malestar que está enquistado en el peronismo por estas horas y la necesidad que existe de barajar y dar de nuevo. Limpiarse las manchas, pegar al cuerpo de Fernández los males de su accionar, y volver a empezar criticando el pasado y asimilando el enorme desencanto del presente.
Con el escándalo de Fernández culmina un ciclo político de peronismo. El final después del final. Lo que viene hacia adelante obliga a la fuerza política y sus dirigentes a construir un nuevo camino para empatizar con la sociedad. Muchos están seguros de la necesidad de edificar un relato moderno, que revindique las banderas históricas y que condene, sin titubeos, la inmoralidad de los dirigentes de la coalición opositora que fomentaron, con sus acciones irresponsables y violentas, una nueva y profunda crisis del sistema político peronista. (INFOBAE – Por Joaquín Múgica Díaz)