…No, mi viejito, no quiero levantarme hoy.
¿Cómo que no, mi linda nena? Hoy es un día muy especial, es tu cumpleaños…
…No, mi viejito, será como los últimos años, cenando solitos, quedándonos despiertos un poco más de lo normal, con la esperanza de que lleguen nuestros hijos. Quedándonos dormidos llorando abrazados, al ver que amaneció y no llegaron una vez más.
No llores, mi amorcito. Siempre fuimos dos, tú y yo. Nuestros hijos fueron un regalo de Dios, pero ya crecieron. Tenemos que dejarlos volar. Ya les dimos todo el amor que pudimos, no podemos hacer más.
Lo sé, mi viejito, pero no deja de doler, este hueco que nos dejan en el alma, este dolor de soledad, otro pedacito roto, cada año uno más.
Ya no llores, mi viejita. Piénsalo: cuando eran niños, felices todos juntos, abriendo los regalos y partiendo el pastel. Les dimos lo que pudimos, no quedó en nosotros. Les dimos todo nuestro amor. Ahora ellos son grandes, les va bien en la vida. Debemos estar felices por ellos, aunque con su riqueza, nos hayan sacado de su corazón y de sus vidas.
…Pobres de nuestros hijos ricos, un cumpleaños más sin ellos. Olvidaron lo que en realidad es el amor.
Levántate, mi amorcito. Hoy es día de dar gracias a Dios por los años bonitos que vivimos con nuestros hijos. No debemos estar tristes ni llorar por lo que no podemos cambiar. Levántate, mi viejita. Hoy es día de festejar.
…Sí, mi viejito, me voy a levantar, porque no te quiero solito.
“Ni teniendo todo el dinero del mundo podrías igualar el amor de un padre o una madre. Disfrútalos hoy que están, porque el día que ya no estén, llevarás el peor de los arrepentimientos.”
Reflexión:
En resumen, el texto nos recuerda que debemos valorar y disfrutar a nuestros padres mientras los tenemos, ya que su amor es insustituible y su ausencia dejará un vacío irremplazable.