Cuenta la leyenda que el dios azteca Quetzalcóatl cambió su aspecto de serpiente emplumada por una forma humana que fuera menos amenazante para bajar a la tierra, y en su viaje pasó varios días conociendo todos los animales de la creación, así como los paisajes, ríos, mares y montañas.
Durante su viaje a la tierra visitó todo ser viviente, pero finalmente se cansó y se sentó en una roca que encontró por el camino, estando el Dios totalmente exhausto, muerto de hambre y sediento. Al cabo de un rato, se acercó a él un conejo blanco y empezaron a charlar:
-¿Qué es lo que comes? – le preguntó amablemente el Dios.
-Como una zanahoria, si quieres te dejo probarla – respondió el conejo blanco.
-Muchas gracias, pero no puedo quitar la comida a ningún ser viviente. Mi cometido en la tierra es soportar el hambre y la sed – respondió gentilmente el Dios Quetzalcóatl.
-Respeto tu decisión pero no veo el por qué. Si yo tengo suficiente zanahoria para los dos, ¿Por qué no quieres compartirla conmigo y dejar de pasar hambre?
Ante tanta amabilidad, Quetzalcóatl se emocionó y de sus ojos brotaron lágrimas de amor que alzaron al conejo hasta las estrellas, tan alto como el Dios fue capaz de llegar. De esta forma llegó el conejito a tocar la luna y su figura quedó dibujada en el satélite. Después de eso el conejito bajó de nuevo, aupado por los brazos de Quetzalcóatl, hasta quedar donde antes se encontraba. Después de esto, Quetzalcoátl ascendió nuevamente a los cielos y el conejito se quedó admirando en la tierra su silueta grabada en la luna por los siglos de los siglos.