Uno de esos personajes anónimos que frecuentaba el mercadito a fines de los 60 y parte de los setenta era un hombre que habíamos apodado Carozo, era viejo para mi visión de niño, hoy calculo que debía tener cerca de cincuenta o sesenta años y casi no hablaba.
Lo que lo hacía particular en un barrio muy particular era la manía de revolver los tachos de basura (en esa época eran tambores cortados al medio donde se arrojaba la fruta podrida, verduras y un poco de basura que se generaba en el mercadito.
Este hombre se tomaba el trabajo de juntar carozos de frutas según la estación; en verano las ciruelas y los duraznos que venían del sur, las papas brotadas y cuanta semilla pudiera encontrar. Los limpiaba prolijamente con un trapo y los guardaba en una bolsa de hule.
Tal vez María de la O o Julio Reyes (ambos de mi edad y más que vecinos, hermanos) se acuerden de este señor: Tipo alto, pantalones de tiro largo subidos sobre la cintura y camisas siempre limpias recorría el mercado al atardecer, cuando los puestos de verduras descartaban la mercadería que no iba a servir para el día siguiente, con esa calma y paciencia de aquellos que nada tienen que perder limpiaba con la mano los pedazos de zapallos podridos y hasta las naranjas las abría para sacarles la semillas.
En los años, 74/75 calculo, mi padre abre una sumillería en el local de “la Preferida” y este buen hombre comenzó a comprar algunos fertilizantes, con el tiempo contó que vivía en un ranchito cerca de la laguna oca y que todas las semillas que encontraba las plantaba en su terreno, en latas de conserva, cuando las plantas estaban fuertes las trasplantaba cerca de la orilla de la laguna y hasta algunos mangos en la vera del río; con la idea de que si alguien tenía hambre , simplemente tomara sus frutos.
A partir de ahí, mi viejo empezó a guardarle semillas que no se vendían, el negro Reyes, que tenía un forrajearía de daba siempre una bolsa con maíz y la mayoría de los puesteros le guardaban los carozos cuando comían una fruta. Como todos los personajes mágicos del mercadito, un día desapareció para siempre, pero dejó un legado para muchos de nosotros; cada vez que salimos a pescar, llevamos semillas y las plantamos en la orilla, no importa si crecen o si la inundación las lleva, alguna va a servir para dar sombra