Claudia

Claudia

No sería justo reducir a Claudia a una metáfora o a un mero personaje de ficción. Ninguna
representación sería lo suficientemente ilustrativa. Al mostrarse, su imagen se multiplica y la
trasciende. Flaca, flequillo cortado recto, tatuajes en los brazos, pulserita hilada, pelo
tornasolado. Repetida cientos de miles de veces en espejos infinitos. En sus labios, un gesto
de “acá estoy”. En los ojos achinados y la tez morena se despiertan los ancestros apartados en
esta realidad, atónitos en un hoy incomprensible, acaso porque su porte es completamente
nuevo, posmoderno y novel.
Enseguida miro su cabello, dos mechones rosas interrumpen el castaño claro mientras
circunda su frente una parte rapada, y dos aros en su rostro se matizan con su piel tersa y
juvenil. Ella subió a mi auto rápidamente esa tarde y comenzó a enseñarme el barrio
Kennedy, que formaba parte del Barrio Marítimo, un condominio construído luego de la
Revolución Libertadora y la última presidencia de Perón para los marinos del ejército.
Probablemente ese haya sido un dato que Claudia ignoraba, pero conocía sin embargo los
nombres de todos los barrios aledaños, tales como Sarmiento, San Blas o Río Encantado.
Fuimos camino hacia Punta Lara y no existió el silencio en ningún instante, pese a que no nos
conocíamos demasiado. Parece que había sido sepultado en las muletillas. Ella elogió mi
auto, su nuevo aire acondicionado. Entre la locuacidad, dejaba un espacio repentino para que
yo pudiera hacerle preguntas, como si se tratara de una delimitación tácita. Como si se tratara
efectivamente de una entrevista pactada.
Luego de dos cuadras, vimos un patrullero de la Policía Bonaerense, con dos efectivos a su
alrededor y la sirena encendida.
-Debe ser por lo de navidad- Comenta ella.
Muchos niños jugaban en el asfalto. La presencia policial iba en aumento
-¿Qué pasó?
-Igual no es allanamiento. No tiene pinta, sino estarían con las pecheras. Pasó navidad, un
pibe se regaló igual.
-¿Cómo fue?
-Unos pibes tenían bronca con él. Pasó en frente de su casa, y los otros estaban en grupo y
borrachos. Lo agarraron a los tiros. Viste que la gente cuando está borracha y en grupo
bardea.
-Pero no se regaló, lo mataron…
-Si… Horrible. Encima era menor de edad
-¿Y los que lo mataron?
-También.
-No lo puedo creer ¿Los conocías?
-Si… Los que lo mataron andan robando, y se creen más por eso.
Salimos del barrio y rápidamente llegamos a la autopista en dirección a La Plata. La paz de la
ruta daba lugar a más diálogo.
-¿Qué hacés durante tu semana?
-Depende…- Me contesta
-Un lunes por ejemplo…
-Últimamente me viene yendo mal, porque es siempre volver a casa muy doblada.
-¿Cómo?
-Claro, siempre nos ponemos a tomar y después cuando me acuesto a dormir, me levanto con
mucha resaca.
Suelto una risa tímida
-¿Te ponés borracha los días de semana?
-Sí…- Ella suelta una leve risa también, algo vergonzosa.
Freno un instante y me quedo pensando en qué decir
-Pero entonces el resto de la semana no podés hacer más nada.
No contesta. Se queda paralizada un breve instante.
-¿Te puedo decir algo que corre el riesgo de ofenderte?- Le digo, mientras ella suelta una risa
ligera
-Dale…
-Esas personas que vos crees que son tus amigos, y te invitan a tomar alcohol un día de
semana y emborracharte… Dejame decirte, probablemente no sean tus amigos.
-¿Eso era lo que me ibas a decir?- Se rìe aùn más fuerte.
Sospecho que esperaba un cuestionamiento personal, o inclusive un insulto.
-Sisi…-Dice ella.-Se que amigos hay muchos, y dicen serlo, pero después no es así. Amigos
hay pocos. -No vayas a pensar que soy una fisura.- Continúa riendo.
Evidentemente, era la forma auténtica de no decir nada. Era un mero lugar común. Pero
dejaba vacante un lugar que a mi me interesaba. Pensaba que quizás no iba a entender la
intención de mis preguntas.
-Sabés, la mayoría de mis amigos son varones.
-Eso lo hacen muchas mujeres.- Le digo con una mueca
-¿A qué?
-Tener amigos varones.
-A veces soy la única mujer en el grupo
-¿Y cómo te manejás con eso?
-Se poner limites. Sé que a veces se drogan o emborrachan y quieren flashearla. Pero yo no
doy cabida a esas cosas. Una sabe manejarse, y sabe quien se le acerca con una intención
distinta y quien no.
Ella no subraya nada, simplemente responde a cada una de mis preguntas con una inusitada
aprehensión.
-Está muy bien…- Le digo, mientras resalto la pausa en mi voz, tomo aire y caigo con
decisión en la siguiente pregunta:
-¿Qué te gustaría hacer de tu vida? ¿Cómo te ves en unos años?
-¿Cómo?
-¿Cuál es tu sueño? ¿Qué es lo que te apasiona? Conozco mucha gente, y muchos de ellos
todavía no lo descubrieron.
-No sé…
-Tiene que haber algo
-Me gustaría tener mi propio local de ropa- Dice mientras busca unos papelillos para liar un
cigarro.
Pienso en preguntarle si está haciendo algo ahora para lograrlo, pero esa pregunta podría
espontáneamente transformarse en una ofensa. Entonces, opté simplemente por continuar la
charla y esperar.
-¿Y los chicos…?- Le pregunto con una carcajada
Ella ríe.
-Me gustan los chicos buenos.
-Eso no me dice nada.
-Conozco chicas que no les gustan los chicos de la calle. Les gustan los que están en cana. No
se por qué. Siempre buscan presos.
-Sabés que no te van a hacer infieles.
-¿Qué no?- Me contradice. -Hay algunos que son re mujeriegos.
-¿Si?
-Si. Pero a mi no me gustan.
-¿Nunca te mandaste ninguna?- Sabía que no lo había hecho, podía advertirlo con solo
mirarla. Y en los minutos siguientes simplemente me cuestioné el hecho de habérselo
preguntado. Ella encuentra el tabaco dentro de su cartera, y finalmente enciende el cigarrillo,
mientras baja la ventanilla del auto.
-No. – Sostiene con énfasis inusitado. – Mi hermano me dijo, nunca hagas ninguna boludez de
la que te vayas a arrepentir por el resto de tu vida. Él ya la pasó.
-Que lindo el campo…-Decía ella, como si se lo dijera a ella misma. -Es re lindo salir un poco
de la rutina ¿no?
-Si…
Miraba para el frente, y repentinamente no había más nada al costado de la ruta. Tomamos el
camino hacia Punta Lara a la salida de la autopista, y allí divisaba una guisa de la hierba
pampeana, llanuras agudas, y el sol radiante de noviembre de las cuatro de la tarde. Son solo
cinco minutos de ruta hacia la ciudad que pueden incluso parecer menos si uno se distrae
observando alrededor. Se ve un modesto cartel, como un rumor distante, con letras de colores
que dicen Punta Lara, y detrás el Río de La Plata, opaco, inmenso. Ella sigue sin subrayar
nada. Me comenta que votó a Milei, y que muchos jóvenes lo han hecho. Probablemente
porque los jóvenes ya habían sido engañados varias veces. La charla fugaz de política tuvo
lugar dentro de Punta Lara, y terminó en el momento en que bajamos del auto; el río de La
Plata y su contaminación eran apenas el paisaje de nuestros pies que por poco no llegaban a
tocar el agua. Caminamos bajo el sol, con un mate de por medio, y ella era por momentos
distante. Su increíble juventud: veinticuatro años.
El viaje de vuelta fue mucho más corto. O al menos lo pareció. La charla esquemática se
había ido. Éramos dos mundos distintos en un mismo auto, entre charlas y risas, en un beso
breve y eterno que podría no haber sido. En el mensaje que llegó sorpresivamente, diciendo
que nos deberíamos volver a ver, en la injusticia y el abandono de su verborragia, y en cada
instante que le presté atención a cada ruido acústico que salía de sus labios. Y caminé, luego
de llegar a casa, pensando:
El mundo es demasiado injusto y confuso

Por Nicolás Lona Kleinert

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *