Según relatan los medios del lugar, el dueño era Francisco Lapalma, hijo del primer médico de la ciudad, quien se casó con Martina Carmona. La construcción fue símbolo del poder económico del matrimonio Lapalma Carmona. Miembros de la alta sociedad de la cual participaban activamente, no existía la posibilidad de imaginar que una de sus sobrinas, viviera una historia de amor con alguien de clase trabajadora. Pero Isabel Frutos, hija de Benito Frutos y Petrona Carmona (hermana de Martina) nació para romper con las reglas y se enamoró de un joven jornalero que trabajaba en los campos de su padre, quien fue el primero en ingresar los árboles de citrus a la provincia. Lejos de permitirle seguir adelante con su romance, Isabel fue separada de sus hermanas y de su enamorado y fue llevada a vivir a la gran Azotea. Allí, sumida en la angustia y la tristeza, decidió dejarse morir. Por amor, Isabel Frutos se negó a comer y beber hasta que su cuerpo de 19 años de edad comenzó a enfermar, hasta su muerte el 26 de febrero de 1856. Las crónicas de la época y la historiadora Andrea Sameghini relatan que “murió tísica, murió de amor” y que su cuerpo fue sepultado al día siguiente de su fallecimiento. Los relatos populares hablan de la imagen de una niña mujer que por las noches y vestida de blanco, llora en los balcones de la Azotea.