Tras los pastizales,
telón crujiente de la aurora herida,
asoma el Ceibo
con su cuerpo estriado de sabiduría.
Se eleva en el humedal
y teje con los dedos de sus ramas,
sombras que abrazan maternal
al ciervo vestido de otoño
empantanado en la codicia humana.
Tiernos poros vírgenes
nacen sin cesar,
y con sus nervaduras frescas
evitan que el refugio
transmute a cámara de gas.
Gallito rojo que da batalla.
Sus coloradas lenguas se hacen oír,
claman desde las entrañas del Paraná
con la fuerza guaraní:
“Humano
detén tu puño destructor,
a costa de la biyuya
pondrás la soga
en el cuello de este pulmón.
No habrá deidad que te ampare.
En mi savia derramada verás tu sangre desbastada.”