Esta leyenda corta se basa en el folclore de Perú, y concretamente de la zona de Huánuco, en un pequeño pueblo llamado Chacos. Hace mucho tiempo, una joven pastora salió al campo y, en determinado lugar en el que parecía no haber nadie, empezó a escuchar unos fuertes martilleos. Al girarse encontró a un hombre anciano que por algún motivo no había sido capaz de ver antes, y que estaba tallando una gran cruz de madera.
Al preguntarle que qué hacía, el anciano afirmó ser carpintero; dijo también que la cruz era una pieza de artesanía para él mismo. Como la pastora vio que se trataba de una tarea muy pesada para un hombre tan mayor, le ofreció un poco de la comida que llevaba, a lo que el carpintero dijo que no hizo falta. Le contestó que, sin embargo, si al día siguiente se pasaba por allí y le ofrecía algunas flores, se pondría contento.
Al día siguiente, la pastora se dirigió al mismo lugar con las flores… pero allí se encontró el cuerpo sin vida del anciano, totalmente disecado y crucificado en la cruz que había visto un día antes.