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Me enamoré de ella, pensando que era distinta; creyéndola maravillosa… Ingenuamente pensé que era buena. Me enamoré de ella, de su mirada tan bella y de su inigualable sonrisa que, como barco a la deriva, con su corriente me arrastraba hasta donde ella quería.
Me enamoré de ella porque es tan bella como una rosa, pero no caí en cuenta de sus espinas; jamás noté que mi alma, sangraba gota a gota con sus caricias.
La creí la gloria y era un infierno quemando entre sus labios mis sueños; la creí vida, sin saber que era la muerte que me acechaba; y mientras yo en ella a ojos cerrados confiaba, jamás aveciné su mentira.
Me enamoré de ella creyéndola primavera, sin saber que era tormenta; pensé que ella era mi mejor día y al final, resultó ser mi madrugada más fría.
La barca que me obligó a naufragar, el destierro de mis sentimientos y la bienvenida a la melancolía; creí que podía conjugarla en mi vida, pero ella nunca fue verbo… Jamás supo lo que quería.
Fue caricia y herida que enamoró a mi corazón, tomándolo y llevándolo a lo más alto para después soltarlo, estrellando contra suelo mis sentimientos, mis ilusiones y mis sueños.
Me enamoré de ella y sin embargo; hoy, a vivir sin mí la condeno, obligándola a vivir sin mis brazos, sin mis caricias y mis besos; la condeno a que nadie pueda quererla como yo la quiero.
Hoy la destierro a mis recuerdos para que el tiempo haga lo suyo, y pueda olvidarme del veneno que en mis labios han dejado sus besos; para olvidarla en algún lugar donde no me haga daño, cuando la añoranza insista en traerla a mis pensamientos.
Me enamoré de ella y consciente estoy de que no debí hacerlo; hoy sé, que a su primera sonrisa y la primera mirada que se asomaba en sus pestañeos, lo que tenía que haber hecho, era dar vuelta, marcharme; y jamás aferrarme a la loca idea de querer probar sus besos.
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