Cuenta la leyenda que en el inicio de los tiempos la tierra estaba oscura, en tinieblas, con una noche perpetua y sin un rayo de luz que iluminara el cielo. Al contemplar esto, los dioses que vivían en el cielo decidieron reunirse para crear el Sol y solucionar el problema. La reunión divina se organizó en la ciudad de Teotihuacán, una de las más importantes del reino de los dioses, donde estos decidieron hacer una gran hoguera que pudiera ser vista desde todos los confines del universo.
Durante la reunión decidieron que uno de ellos debía convertirse en Sol y que cualquiera que quisiera presentarse como voluntario debería saltar dentro de la gran hoguera y después salir de ella convertido en Sol.
Solo dos voluntarios se presentaron como candidatos para convertirse en Sol. El primero fue Tecciztecatl, un dios que vestía ropa ostentosa, era fuerte, hermoso y rico, pero a la hora de saltar se acobardó y salió corriendo despavorido.
El segundo voluntario fue Nanahuatzin, un dios pobre pero valiente y con buenos sentimientos, quien saltó a la hoguera y salió victorioso convertido en Sol, ante la mirada atenta de todos los dioses del cielo.
Al ver convertido en nuevo sol a Nanahuarzin, Tecciztecatl sintió una gran vergüenza y se lanzó a la hora para salir convertido él también en Sol. Tras ese acontecimiento, los dioses coincidieron en que no podría haber dos soles y que había que hacer algo al respecto.
Así pues, los dioses decidieron apagar a Nanahuarzin golpeándolo con un conejo que habían tomado entre las patas, de esta forma, el brillo del segundo Sol desapareció hasta convertirse en la Luna.
Gracias a ese episodio, hoy en todo el mundo podemos disfrutar del Sol durante el día y de la Luna durante la noche.