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Se trata de una de las leyendas infantiles más populares de México e involucra al dios Quetzalcoatl y a un conejo blanco. Cuenta la leyenda que Quetzalcóatl bajó a la tierra adoptando una apariencia humana para pasar desapercibido entre los hombres.
Durante su estancia quiso visitar todos los seres de la creación, así como todos los valles, ríos, montañas, bosques y árboles que poblaban la tierra. Al cabo de un tiempo, el dios empezó a sentirse cansado y hambriento, es por eso que decidió sentarse a descansar en una roca que encontró en el camino.
Al hacerse de noche, Quetzacóatl encontró un conejo bondadoso a su lado que estaba comiendo.
– ¿Qué estás comiendo? Le preguntó el DÍOS al conejo que seguía comiendo por su cuenta tranquilamente.
-Zacate – Respondió – ¿Quieres un poco? Preguntó el conejo con voluntad de ayudar.
-Gracias, pero yo no como Zacate -le respondió el dios Quetzalcóatl con resignación.
-Y qué comerás entonces? – Preguntó el Conejo.
-Nada, seguramente moriré de hambre y sed -contestó Quetzacóatl.
Ante esa respuesta el conejo se sintió muy mal y en un acto de generosidad exclamó:
-Tan solo soy un simple conejo, pero puedo servirte de alimento, cómeme y así no te morirás de hambre.
Al contemplar ese acto tan noble, el dios Quetzacóatl cogió en brazos al conejo y lo elevó bien alto hasta la Luna, donde su cara quedó estampada en uno de los lados del satélite.
Acto seguido bajó al conejo de nuevo hasta la tierra para que pudiera contemplar su cara en la Luna, como recuerdo de aquel acto de generosidad que tuvo hacia el dios Quetzalcóatl.