Dicen que el Hospital General de La Paz es un lugar frecuentado por fantasmas, espectros que abandonan su descanso de ultratumba para darse un volteo por las salas de la casa de enfermos y malheridos. Son muchas las historias que se cuentan de este lugar que, aunque de día es amigable, de noche parece que lo envuelve un halo de misterio y tenebrosidad, pero es especialmente interesante la que le currió a una enfermera de nombre Wilma Huañapaco, encargada de la sala de Terapia Intensiva en el primer piso del edificio, quien nunca olvidará lo que sucedió un 4 de agosto
Justo cinco minutos antes de que sonaran las dos de la madrugada, Huañapaco transcribía, como cada noche el reporte del estado de los pacientes. Una tarea realmente delicada, tanto que no consiente error alguno y requería que quien la realizaba estuviera despejada, despierta a pesar de lo tarde que era.
Pero, de repente, su cuerpo fue invadido por una pesadez repentina que la paralizó. No podía mover ni brazos ni piernas, ni siquiera sus párpados. Se había quedado como en estado vegetal, absolutamente inmóvil pero bien consciente en todo momento. Su desesperación al entrar en semejante estado la llevó a realizar un gran esfuerzo para poder voltearse. Al lograrlo consiguió ver la silueta de un hombre alto, contorneado por un aura de color verde oliva y ¡sin cabeza! que se desvaneció en instantes…
Cuando se lo contó a sus compañeras, algunas se mostraron incrédulas, aunque tampoco tanto. Ese hospital encierra algo, algo misterioso entre sus muros. De hecho, Wilma no es la única que ha visto apariciones en ese misterioso lugar, ni tampoco la primera en ver la silueta de un hombre decapitado.
Tanto algunos pacientes como parte de los médicos más veteranos en el lugar cuentan la historia de un hombre que cada noche se pasea por los jardines próximos al hospital del Tórax, rumbo a la morgue. Algunos lo han bautizado con el nombre del Jinete sin Cabeza, aunque no tiene relación alguna con el famoso relato del escritor estadounidense Washington Irving.