CAMINABA 11 KILÓMETROS EN EL BARRO Y TERMINÓ “VENCIENDO AL RÍO” PARA RECIBIRSE DE PROFESORA DE LENGUA

CAMINABA 11 KILÓMETROS EN EL BARRO Y TERMINÓ “VENCIENDO AL RÍO” PARA RECIBIRSE DE PROFESORA DE LENGUA

Sabrina Zelaya vive en Niogasta, Tucumán, donde hace tres meses la creciente del río sepultó a la mitad del pueblo y a dos parajes vecinos. Si llovía, caminaba durante horas sobre el lodo para llegar a cursar.

Sabrina junto a su familia en su casa de Niogasta, Tucumán. (Foto: gentileza Minkai)

Si llueve mucho, Niogasta llora. Hace tres meses, la creciente del Río Chico, que bordea a esta zona rural emplazada en el departamento de Simoca -Tucumán-, sepultó bajo sus aguas a los parajes vecinos de Esquina y Sud de Lazarte. Por el desmadre, 16 familias lo perdieron todo. En esos días, Sabrina Zelaya (23) cumplía un sueño: recibirse de profesora de lengua y literatura.

-¿Cómo es convivir con la amenaza de que el agua tape tu casa?

-Muy angustiante. Ves todo lo que tu familia fue construyendo de a poco, y pensar que en algún momento el agua te lo puede llevar todo es muy duro. Es triste también ver a los mayores con miedo de perder todo y tener que irse a otro lugar a reconstruir su vida desde cero.

A dos kilómetros del río, el hogar de Sabrina abriga a cuatro generaciones: allí viven su mamá Noemí (48), su abuela Corina (71) y su bisabuela María Rosa (95). También su hermano mayor, Osvaldo (28), y dos tíos. A fines de marzo, la mitad de Niogasta se convirtió en un enorme lago. El agua inundó la vivienda y aisló a los Zelaya durante dos semanas enteras. Ahí supieron que, tarde o temprano, la mitad donde viven ellos también puede desaparecer.

“Cuando llovía, para ir al profesorado tenía que caminar 11 kilómetros sobre lodo”

“Uno nunca quisiera irse del pueblo donde vivió toda su vida, pero el río es nuestra gran preocupación”, dice Sabrina a TN mientras camina por el lugar que conoce de memoria. “Hay gente que perdió todo. Su casa, sus animales, sus vehículos”, lamenta, y cuestiona al gobierno provincial: “No se hicieron los trabajos de limpieza en el río, y por eso desbordó. Todavía hay familias evacuadas en el Centro de Integración Comunitaria (CIC). Les habían prometido reubicarlos y darles una casa. No sé en qué habrá quedado eso”.

Para cursar en el profesorado, todos los días debía cubrir 11 kilómetros hasta llegar desde su casa a Monteagudo. Allí tomaba un micro rumbo a Concepción y luego se subía a otro que la dejaba, al cabo de unas cuatro horas de viaje, en el Instituto de Enseñanza Superior Villa Quinteros.

“Salía a las 7 de la mañana de mi casa y volvía a las 11 de la noche, sabiendo que al otro día tenía que volver a levantarme muy temprano. Cuando llovía, esos 11 kilómetros de caminata eran sobre lodo”, sitúa, y su pequeña conquista personal se engrandece al compás de sus sueños: la nueva meta de Sabrina es obtener una licenciatura y -además- ser maestra del nivel primario. Ya está estudiando para lograrlo.

En ese trayecto recibe el acompañamiento de Minkai, una asociación civil que apoya a jóvenes de zonas rurales para que puedan terminar la secundaria, y ofrecerles impulso en caso de querer formarse profesionalmente.

Sabrina fue la primera becada en completar los estudios secundarios y terciarios. Y ahora también es tutora de la asociación, desde donde apoya a chicos que -como ella- se ven atravesados por condiciones socioeconómicas que atentan contra su desarrollo.

 “Más que una beca, es como tener un amigo que te acompaña”, dice, y proyecta: “Me gustaría abordar la educación desde un lugar amplio y ayudar a los chicos a cumplir sus sueños”.

“De chica, siempre me gustaba sentarme a leer”

“Niogasta es tranquilo y a mí me gusta vivir así”, menciona Sabrina, y traza un paisaje del pueblo en una sola frase: “Acá no existen muchas distracciones y, debido a las distancias, es difícil crear un grupo de amigos. De chica, a mí siempre me gustaba sentarme a leer por las tardes”.

Hace 11 años, la muerte de su abuelo dejó a la familia sin la principal fuente de sustento. “Era operario en el Ingenio Concepción y nunca dejó que nos faltara nada”, evoca.

Por entonces, las largas caminatas no eran parte de la vida de Sabrina. Cursaba en la Escuela Secundaria de Niogasta, “a unos pasitos de casa”, y ya tenía decidido ser profesora de lengua y literatura. Ahora va por más: “Quiero seguir perfeccionándome. Me apasiona la docencia y me gustaría trabajar en todos los niveles posibles”.

(TN – Por Mariano López Blasco)

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