A pesar de las enormes gracias que siempre han acompañado a la Medalla Milagrosa, muchos en la Iglesia no creían realmente en su poder. El jesuita John A. Hardon era una de esas personas. No mucho después de ser ordenado un religioso vicentino le alentó a promover la Medalla Milagrosa asegurando que la Virgen hace numerosos milagros a través de ella. El padre Hardon para ser educado realizó un folleto sobre estas medallas, pero nunca quiso uno para él.
Sin embargo, en 1948 cuando el sacerdote de los Estados Unidos se encontró con un niño de diez años que estaba en coma tras un accidente en trineo decidió ver si sería útil. Una hermana que trabajaba en el hospital encontró una, así como una cinta que el sacerdote podía usar para colgarla del cuello del pequeño. Aunque el niño tenía un daño cerebral permanente e inoperable, el sacerdote leyó la oración que lo inscribió en la Cofradía de la Medalla Milagrosa. Tan pronto como terminó la oración, el niño abrió los ojos y le pidió helado a su madre. Era la primera vez que hablaba en casi dos semanas. Nuevas radiografías mostraron que el daño cerebral había desaparecido, y fue dado de alta del hospital tras tres días. Al igual que el niño y su familia, la vida del sacerdote y su creencia en la medalla cambiaron para siempre
EL MILAGRO DEL HELADO
A pesar de las enormes gracias que siempre han acompañado a la Medalla Milagrosa, muchos en la Iglesia no creían realmente en su poder. El jesuita John A. Hardon era una de esas personas. No mucho después de ser ordenado un religioso vicentino le alentó a promover la Medalla Milagrosa asegurando que la Virgen hace numerosos milagros a través de ella. El padre Hardon para ser educado realizó un folleto sobre estas medallas, pero nunca quiso uno para él.
Sin embargo, en 1948 cuando el sacerdote de los Estados Unidos se encontró con un niño de diez años que estaba en coma tras un accidente en trineo decidió ver si sería útil. Una hermana que trabajaba en el hospital encontró una, así como una cinta que el sacerdote podía usar para colgarla del cuello del pequeño. Aunque el niño tenía un daño cerebral permanente e inoperable, el sacerdote leyó la oración que lo inscribió en la Cofradía de la Medalla Milagrosa. Tan pronto como terminó la oración, el niño abrió los ojos y le pidió helado a su madre. Era la primera vez que hablaba en casi dos semanas. Nuevas radiografías mostraron que el daño cerebral había desaparecido, y fue dado de alta del hospital tras tres días. Al igual que el niño y su familia, la vida del sacerdote y su creencia en la medalla cambiaron para siempre