Le dijeron: «Se jubila»,
después lo felicitaron;
y más tarde organizaron
en la infaltable cantina,
el adiós de una comida
con pergamino floreado,
que a peso por invitado
firmaron con tinta china.
Fueron llegando empleados,
ordenanzas y peones
que colmaban de atenciones
al flamante jubilado…
Todos muy bien afeitados,
luciendo esos trajes nuevos
que se llevan al empleo
cuando ya están más usados…
Hizo su entrada triunfal,
como siempre, el de la foto;
saca a unos pone a otros,
autoritario y teatral,
para lograr al final
después de cinco fracasos
sacudir de un fogonazo
el techo del restaurant.
Después, a lucir las flores,
que estaban sobre las mesas
y al repetir mayonesa,
lo mismo que los ravioles,
se aflojaron cinturones
y entre solapas con talco
el pollo pasó de alto;
por postre: café y licores.
Le pidieron de que hablara
al que estaba designado,
discurso que fue cortado
por el ruido a cucharas,
que los mozos levantaban,
alegando indiferentes,
que venían de suplentes
y a las once terminaban.
El orador, como siempre,
derrochaba generoso
esos “seréis” y “vosotros”
que se escuchan tantas veces,
donde se ahogan las eses
por el peso del menú,
y terminan con “salú”…
«¡Qué la disfrute con suerte!»
Más tarde, al tomar de más,
sacando el jugo al cubierto,
el sucesor de su puesto
fue figura central…
Una miguita de pan
y después… un pan entero…
y al rato, sección “Interno”
se peleaba con “Central”…
Y entre vítores y aplausos
el jubilado aturdido,
salió con el pergamino
apretado bajo el brazo.
La calle tenía raso
y la luna era de harina
y la Recova escribía
las “emes” sobre el asfalto.
Sin saber lo que sentía
abandonado a sí mismo,
rodaba por los abismos
que hacía tiempo presentía…
El Domingo… pasaría
ese día no contaba
pero el lunes debutaba
como actor de la Rutina.
Sería ese jubilado
que hasta en su casa molesta,
tendría que hacer la siesta
aguantar a los de al lado,
ir a misa y al mercado
ayudar a su mujer,
pintar, podar y barrer…
y no fumar demasiado.
Conformarse con dolor
en ser otro “Don” del barrio,
y pasarse con el diario
leyendo en el corredor.
Y ser, para el vendedor
de colchas o de tomates,
el anónimo marchante
del nueve cincuenta y dos.
Pasó de activo a pasivo
en el mayor de la vida
al jubilarse se archivan
los desengaños sufridos….
Cruel desquite del Destino,
que al darle su independencia
se cobra en indiferencia
un descanso merecido.
Y apretado al pergamino
allá sigue el jubilado,
como un “ex” que ha diplomado
la ironía del Destino.
Un alerta de suspiros
trae el aire centinela
y parece una diamela
la luna mirando al río.
Héctor Gagliardi