Las celebraciones Navideñas despiertan diferentes sentimientos e intereses en cada individuo, en este caso, para una familia entera, era la ocasión perfecta para estar juntos, habían sido desde siempre muy unidos y aunque no necesitaban pretextos para compartir experiencias, la navidad le daba un toque extra a todo el asunto de los momentos de calidad en compañía de la familia.
Conservaban una tradición muy arraigada, no invitaban a nadie a su celebración, era un evento estrictamente familiar. Cada quien preparaba un platillo, y le ayudaban a mamá con la cena principal, todos colocaban un adorno fabricado por ellos mismos en el árbol de Navidad, incluyendo en él un buen deseo para los demás.
Una vez lista la cena, se sentaban todos a la mesa, después de dar gracias, probaban cada uno de los platillos, haciendo bromas entre ellos por la manera de cocinar, recordaban ocasiones pasadas, entre risas y buenos ratos, acababan hasta con el último bocado.
Después de conversar un rato en la mesa, preparaban chocolate, y sentados junto al fuego de la chimenea alguien pasaba los buenos deseos colgados en el árbol al padre, que era el encargado de leerlos, después de leerlos los arrojaban al fuego, pues pensaban que el humo los llevaría hasta el cielo.
Lo siguiente en la lista era abrir los regalos, primero lo hacia el más pequeño, y así seguía hasta llegar con el padre que era el más grande, esa noche en especial notaron algo distinto, cuando habían dado todos sus regalos aun había uno debajo del árbol, nadie lo reconocía, pero estaba dirigido a ellos. Pensando que alguno de sus amigos lo había dejado cuando vino de visita, lo abrieron con gusto esperando una agradable sorpresa.
Cuando lo abrieron miraron extrañados, había dentro de la caja un cuchillo, un pedazo de metal cortado y afilado, un alambre y una nota que decía: – Para los que están en la puerta -, no tuvieron tiempo de reaccionar pues un escalofrió les recorrió el cuerpo cuando el timbre sonó.