Cuenta la leyenda que la ciudad de Esteco era una de las más ricas y prósperas del norte argentino, en la provincia de Salta. Sus construcciones estaban bañadas de oro y sus habitantes gozaban de buena fortuna, que lucían orgullosos.
Tenían tanta riqueza que se convirtieron en soberbios y mezquinos. Vivían para el placer y la vanidad, despreciando a los pobres y maltratando a los esclavos.
Un día llegó a la ciudad un viejo misionero que quería redimir a la población y comenzó pedir limosna. Tenía un aspecto lastimero, con heridas en sus manos y ropas rasgadas. A pesar de que el hombre pedía un poco de alimento y abrigo, nadie lo ayudó.
El hombre llegó a las afueras de la ciudad donde vivía una mujer muy pobre con su hijo. Ella se conmovió y decidió matar su única gallina para darle un alimento y, además, le dio una cama para descansar. El misionero volvió a la ciudad y comenzó a predicar la importancia de la caridad y la humildad, pero solo consiguió burlas.
Esa misma noche volvió a la casa de la mujer y se le reveló como un profeta. Anticipó que, si la ciudad no cambiaba, sería destruida por un castigo divino: un terremoto. Le dijo que partiera esa misma noche con su hijo. Ella podría salvarse por el gesto bondadoso que tuvo con el misionero.
Antes de irse, el misionero advirtió a la mujer que caminara hacia adelante sin voltear atrás. Si no lograba dominarse, también sería alcanzada por un castigo. La mujer obedeció y salió con su hijo esa madrugada.
A la noche un trueno estremecedor anunció la catástrofe. La tierra se abrió y el fuego surgía en todas partes, mientras casas y habitantes se hundían en aquel abismo.
Curiosa por los gritos, la mujer se giró para observar cómo caía la gran ciudad. En ese momento fue convertida en piedra, mientras sostenía a su hijo. Dice la leyenda que todos los años, la mujer baja a la ciudad de Salta.
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