En lo que hoy se conoce como Guayaquil vivía un rey que tenía una gran riqueza en sus fortalezas. Pese a ser muy rico, no pudo evitar que su hija cayera enferma de una extraña enfermedad de la que no se encontraba cura.
Un día apareció ante el rey un hechicero, un hombre que se ofreció a curar la salud de la princesa a cambio de todas las riquezas reales. El rey, a pesar de querer a su hija, también quería la gran fortuna que poseía, así que le dijo que no. Como resultado de su negativa, el hechicero se enfadó y lanzó una maldición sobre las tierras que habitaba el rey, condenando a él y a su pueblo a la desaparición.
Siglos más tarde, con la llegada de los europeos, uno de los expedicionarios españoles que escalaba uno de los cerros de la zona se encontró con una bella princesa. La chica le dio dos opciones al joven conquistador: o tomar una hermosa ciudad llena de oro o casarse con una esposa fiel y devota.
El joven conquistador optó por ser pragmático, escogiendo la ciudad de oro, decisión que no alegró a la princesa. Enfadada, conjuró una maldición sobre él mientras que el conquistador, aterrado, empezó a rezarle a la Virgen de Santa Ana para que lo salvara, cosa que le concedió. Es por este motivo que el cerro donde fue fundada la ciudad de Guayaquil fue bautizado con el nombre de Santa Ana.