Atahualpa fue uno de los emperadores incas más conocidos de la historia puesto que fue el último soberano incaico antes de la llegada de los conquistadores españoles y, también, porque fue un líder sangriento, con un comportamiento salvaje en la batalla. Se dice que todo lo que sabía en el arte de la guerra se lo enseñó su padre, Huayna Cápac.
Cuenta la leyenda que, durante su infancia, Atahualpa estaba por los bosques de Cuzco en busca de poder cazar algún animalillo para su diversión. Mientras merodeaba por el lugar se cruzó en su camino un hermoso guacamayo que se posó en la rama de un árbol. El joven Atahualpa quería tener esa ave como trofeo, así que decidió ir a por él y no paró hasta que consiguió matarlo.
Orgulloso con su pieza, volvió a casa para mostrarle el trofeo a su padre, sabiendo que se trataba de un ave difícil de conseguir. Sin embargo, justo antes, Atahualpa se topó con su madre, la reina Pacha, mujer sabia que le dio una hermosa y Valiosa lección:
“Al enemigo solo se le ataca en la guerra, ya que posee armas para poder defenderse”
Luego cogió el ave y le hizo a su hijo un tocado para que siempre recordara esas sabias palabras.